Se avecinan cambios en mi vida. Huele a punto y aparte y soy el farolillo rojo en la liga de la capacidad de adaptación al cambio.
En mi vida siempre se sucede el mismo ciclo. De repente me espabilo y me entran ganas de conocer a mucha gente, cuanta más mejor. Así me paso una temporada repartiéndome entre el millón de nuevos amigos y pseudoamigos que he hecho (muchos más del segundo tipo). Normalmente en esta etapa soy el más bienqueda y el más hipócrita sobre la faz de la Tierra y estoy por agradar a todo el mundo con la mejor de mis sonrisas.
Luego viene la fase de criba. Pasada la euforia inicial empiezo a hacer balance de quién me aporta mucho y quién no tanto. Y quién ha sido una completa equivocación, por supuesto, que también los hay. Es entonces cuando empiezo a tachar de la lista a la mayor parte de los nuevos fichajes hasta que me quedo con las nuevas superestrellas en mi equipo de amistades.
Aquí empieza el periodo de ser una lapa. Llamadas a todas horas y quedar continuamente para hacer cualquier cosa. Son los mejores momentos aunque las antiguas amistades se resienten porque las descuido demasiado y las dejo en el banquillo más veces de las debidas...
Por último llega la crisis, el punto y aparte, retorno de carro. Yo he vivido en una burbuja, pero las amistades en las que me he volcado con demasiado exclusividad tienen otra vida aparte de mí aunque me dé cien patadas tener que admitirlo. Y entonces viene el cambio. Puede ser cualquier cosa: aparece un novio que no estaba en mis planes, se cambian de ciudad, o simplemente deciden abrirse de miras y no centrarse solo en mí... Todas excusas absolutamente legítimas, pero que implican un cambio en mi vida.
Odio los cambios. En ese aspecto soy ultraconservador. Tardo meses en hacerme a la nueva situación y en el camino odio a quien no se lo merece, simplemente por tener alguna relación con este cambio en mi guión (o de alineación, por seguir con el símil futbolístico). Me pongo irritable, ñoño, llorica, egoísta, gilipollas en resumidas cuentas. Me convierto en el tipo de tío que me da pena. Vamos que el panorama de mi vida en esos momentos es de todo menos halagüeño.
Por fin, cuando yo mismo me canso de autocompadecerme, cuando ya he tocado fondo, flexiono las rodillas, cojo impulso y salto otra vez a la cima de la montaña, con el mundo a mis pies, y entonces el ciclo se cierra. Soy el rey del mundo y estoy listo para conocer a los habitantes de mi reino y empezar a conceder el privilegio de conocerme a unos cuantos agraciados...
Es curioso, pero este último ciclo que está a punto de tocar a su fin va a durar justo lo que mi estancia de Erasmus. Me gusta que sea así. De este modo mi aventura danesa tiene carácter propio en más aspectos que en el espacio-temporal. Supone una etapa completa de mi vida, con entidad independiente.
Lo malo es que ahora empiezo a atravesar la última fase, la más complicada. Ahora empiezo a pensar en problemas personales que tenía aparcados desde que me metí en mi particular burbuja danesa, y pensar que temas que tenía olvidados no han desaparecido sino que siguen ahí esperando para morderme los pies en cuanto reduzca un poco el paso me da, cuando menos, terror.
Que no se me malinterprete. Esto NO es una nueva entrega de Cerillismos Ann, es una reflexión creo que bastante sana y que por cierto creo que me ha venido muy bien escribir.
Besos en las ingles y muchas gracias a mucha gente. Flat te quiero muchísimo.
P.D. Michele se ha bajado en una tarde 29 capítulos de Friends y Million Dollar Baby con el LimeWire. Es el ocaso de la mula?. El sábado iré al cine a ver Manderlay. Creo que voy a pasarme todo el fin de semana pegado a una pantalla. No se me ocurre nada mejor con esta puta mierda de tiempo. El verano aquí no se estrena nunca. Sólo nos ofrece de vez en cuando unos pocos trailers para que salivemos y luego se va por donde vino. Muy de mal gusto.
jueves, junio 02, 2005
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