A continuación saltamos de local gáyer a local gáyer, pero solo de puerta a puerta, porque no entramos en ninguno, al menos Patata y yo, que decidimos que estábamos un poco hasta la pepitilla y que habían sido demasiadas emociones por aquel día. Preferíamos acabar la noche dignamente en la cama en vez de borrachos/drogados/dormidos en un sling de un bar infecto mientras nos practicaban un fist-fucking. El resto de la comitiva, encabezada por Antonio y un efebo armarizado que se había traído, siguieron de picos pardos hasta bien entrada la noche. Es que ellos son más jóvenes y más vitales...
Por lo visto aquella noche Flat intentó asesinarme de noche, presa de un ataque de ira propiciado por la intensidad ensordecedora de mis ronquidos. Yo es que soy marica, pero ronco como un tiarrón del norte, y los "Tchk, tchk, tchk tchk, tchk" me entran por un oído y me salen por el otro. Claudio en cambio está ya más que acostumbrado a ellos, porque desde hace unos meses su casa se ha convertido en mi residencia de fin de semana (hasta he dejado un cepillo de dientes allí, que cuando lo vio Claudio se quedó con cara de “Ya es oficial. No te saco de aquí ni con agua caliente, ¿no?”). La Patata, previsora, se había armado con unos útiles tapones de oídos y le hubiese dado igual que hubiese estallado la III Guerra Mundial.
A la mañana siguiente nos pusimos en marcha rumbo a Camden Town, para arrasar con moderneces y ropa de segunda mano. Patata lideraba la expedición, como siempre. El problema es que la brújula interna que tiene implantada en el cerebro a veces funciona por si sola y se pone en MODE AUTO ON, y de repente, sin comerlo ni beberlo nos vimos otra vez en la puerta del Topshop, es decir justo en la dirección contraria a la que debíamos ir.... Patata pidió disculpas, compró un par de cosas y, esta vez sí, nos fuimos a Camden.
Para no alargarme demasiado, diré que en general el sitio estaba muy chulo (la otra vez que estuve en Londres no me dio tiempo a ir), pero que la ropa tampoco era para desmayarse, por no hablar del asco que me da que vendan zapatos usados. La visita se resume en que Claudio y yo adquirimos unas bonitas camisetas en una tienda donde con gusto me hubiese gastado toda mi panoja. Lo malo es que ya había agotado casi todo mi cash y no se podía pagar con tarjeta, así que me tuve que conformar con sólo una. También debo destacar el paroxismo que alcanzó Flat Eric cuando descubrió que por tan sólo dos libras podía comerse toda una tarrina de guarradas panasiáticas. El tío animal se gastó 6 libras. You do the math.
Terminamos la visita a Camden con una excursión a un Mark&Spencer para comprar cositas de comer de las que ya no hay en España desde que cerraron su sucursal. Yo me compré la cookie más rica que he probado en mi vida y una botella de una agua con sabor a una cosa que no tengo ni idea de lo que era, pero que el dibujito me gustaba. Por supuesto, como siempre que compras algo por el dibujito, estaba asquerosa.
De vuelta al centro, decidimos ir a ver algún espectáculo, que al final resultó ser Nightmare before Christmas en 3D, con sus gafitas y todo. Entramos en el cine y sacamos cómodamente en una taquilla electrónica un bono familiar de 4 personas, pero resulta que el bono está hecho para dos papás y dos niños, y la Patata es tan joven y se conserva tan bien que lamentablemente no podría hacerse pasar por progenitora de dos de nosotros.
- No pasa nada. Id a la taquilla y que os los cambien.
[...] ¿Dónde coño está la taquilla? Ah, que los que te cambian las entradas son esos del puesto de helados? Qué arte... [...]
- Hola, mira, que nos hemos confundido y como no somos una familia al uso necesitaríamos que nos cambiaseis los ticktes.
- Ah vale.
[...] (10 minutos después)
- Oye, que es que va a empezar la película.
- Es que se ha bloqueado el ordenador y hemos tenido que reiniciarlo...
- Aaaah, vale...
[...]
- Bueno pues ya está.
- ¿Ya está qué?, ¿Donde coño están las entradas?
- Aaaah, no. Es que lo que he hecho es revocar la orden de pago para que el banco os devuelva el dinero.
- ¿Y entonces ahora que tenemos que hacer?
- Pues vais a la máquina y os sacáis otras 4 entradas.
- Aaah, genial...
Para aquel entonces la máquina le había escupido a Claudio tantos papelitos como para empapelar su casa. Los nuevos tickets nos salían del orden de 14 libras por persona, que teniendo en cuenta que equivalen a 21 euros, pues era un precio francamente económico, sin lugar a dudas. Yo no sé por qué no va la gente al cine en Londres, con estos precios tan populares... “Oye, que no salen las entradas... Joder, dice que se ha atascado la salida del papel... Pues va a ir a la heladería otra vez su puta madre. Hey, ¡que se ha atascado!” “Bueno, no pasa nada, pasad”.
Al final resulta que podíamos habernos sacado entrada de niño lactante por la mitad de precio y nadie se hubiera dado cuenta... En fin, que llegamos a la película 30 segundos antes de que empezara y nos calzamos las gafas (que eran como gafapastas antiguas, pero de plasticucho).
Al comienzo de la película estábamos emocionados con la tridimensionalidad, porque hubo una calabaza que casi nos mastica la nariz, pero debe ser que enseguida se les acabó el presupuesto tridimensionalizante porque al cabo de un ratito el efecto se veía tanto como en los borrones esos del Ojo Mágico (que no sé a vosotros, pero a mí me desesperan, jamás he conseguido ver ninguno). Vamos, que yo al principio me dormí un poco y todo, y si Patata no me pega una codazo diciéndome que estaba empezando a roncar me hubiese dormido toda la peli... La siesta más cara de la historia, eso sí.
A la salida estábamos todos muertos y decidimos que lo más decente que podíamos hacer era irnos a nuestro querido hotel. Previamente hicimos una parada en un buffet de pizza en el que nos comimos unos 7 trozos cada uno. Lógicamente nos daba un poco de vergüenza ir a coger más con el plato lleno de bordes delatores, así que cada vez que uno quería ir al mostrador a repetir, le pasaba todos sus bordes al otro, hasta que empezaron a no caber en un plato. Menos mal que la Patata se había pedido una ensalada que resultó ser del tamaño de una taza de café y por lo tanto se dedicó a consumir nuestros restos y a hacerlos desaparecer.
Ya con el estómago lleno nos fuimos al pequeño oasis del buen gusto que era nuestra habitación. Allí teníamos previsto hacer típica noche de confesiones adolescentes, más que nada para sonsacarle cosas a La Patata, que no suelta prenda habitualmente, porque el resto nos sabemos nuestras vidas de memoria.
En realidad pudimos jugar al juego de la verdad durante bastante poco rato, porque el cansancio empezó a hacer mella de forma descarada. Yo estaba ya prácticamente atontado cuando me espabilé al ver que La Patata había sido poseído por un espíritu vandálico y estaba escribiendo la palabra PUTA en las sábanas de la cama de Claudio, con un rotulador negro, y pintando pollas escondidas entre la jungla de flores del estampado de la pared. A mí no me parecía muy bien toda esta parte, pero la verdad es que me reí, así que soy un poco cómplice de estos actos. Patatale Borroka.
Mañana si Dior quiere finalizaré este relato con la sexta y última entrada de la crónica de este viaje en particular y de mis vacaciones en general. Esto está siendo más largo que un día sin pan.
Besos en las ingles.