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miércoles, enero 17, 2007

Vacaciones. Parte V. Cenas, Cines

A la salida del concierto teníamos pensado ir a la convención de maricas redomados que se concentrarían en el club G-A-Y para cantar Kylie todos a coro y soltar mucha pluma pero no recuerdo por qué razón, si es que era caro, si había mucha cola, o si realmente no nos apetecía nada, al final decidimos ir a otro sitio, previa parada en el McDonalds para comer un poco de basurilla. Bueno, en McDonalds sólo yo, porque Patata y Claudio se compraron una manzana y un paquetito de sushi (!!!). Flat no comió nada, no porque no lo deseara, sino porque es pobre.

A continuación saltamos de local gáyer a local gáyer, pero solo de puerta a puerta, porque no entramos en ninguno, al menos Patata y yo, que decidimos que estábamos un poco hasta la pepitilla y que habían sido demasiadas emociones por aquel día. Preferíamos acabar la noche dignamente en la cama en vez de borrachos/drogados/dormidos en un sling de un bar infecto mientras nos practicaban un fist-fucking. El resto de la comitiva, encabezada por Antonio y un efebo armarizado que se había traído, siguieron de picos pardos hasta bien entrada la noche. Es que ellos son más jóvenes y más vitales...

Por lo visto aquella noche Flat intentó asesinarme de noche, presa de un ataque de ira propiciado por la intensidad ensordecedora de mis ronquidos. Yo es que soy marica, pero ronco como un tiarrón del norte, y los "Tchk, tchk, tchk tchk, tchk" me entran por un oído y me salen por el otro. Claudio en cambio está ya más que acostumbrado a ellos, porque desde hace unos meses su casa se ha convertido en mi residencia de fin de semana (hasta he dejado un cepillo de dientes allí, que cuando lo vio Claudio se quedó con cara de “Ya es oficial. No te saco de aquí ni con agua caliente, ¿no?”). La Patata, previsora, se había armado con unos útiles tapones de oídos y le hubiese dado igual que hubiese estallado la III Guerra Mundial.

A la mañana siguiente nos pusimos en marcha rumbo a Camden Town, para arrasar con moderneces y ropa de segunda mano. Patata lideraba la expedición, como siempre. El problema es que la brújula interna que tiene implantada en el cerebro a veces funciona por si sola y se pone en MODE AUTO ON, y de repente, sin comerlo ni beberlo nos vimos otra vez en la puerta del Topshop, es decir justo en la dirección contraria a la que debíamos ir.... Patata pidió disculpas, compró un par de cosas y, esta vez sí, nos fuimos a Camden.

Para no alargarme demasiado, diré que en general el sitio estaba muy chulo (la otra vez que estuve en Londres no me dio tiempo a ir), pero que la ropa tampoco era para desmayarse, por no hablar del asco que me da que vendan zapatos usados. La visita se resume en que Claudio y yo adquirimos unas bonitas camisetas en una tienda donde con gusto me hubiese gastado toda mi panoja. Lo malo es que ya había agotado casi todo mi cash y no se podía pagar con tarjeta, así que me tuve que conformar con sólo una. También debo destacar el paroxismo que alcanzó Flat Eric cuando descubrió que por tan sólo dos libras podía comerse toda una tarrina de guarradas panasiáticas. El tío animal se gastó 6 libras. You do the math.

Terminamos la visita a Camden con una excursión a un Mark&Spencer para comprar cositas de comer de las que ya no hay en España desde que cerraron su sucursal. Yo me compré la cookie más rica que he probado en mi vida y una botella de una agua con sabor a una cosa que no tengo ni idea de lo que era, pero que el dibujito me gustaba. Por supuesto, como siempre que compras algo por el dibujito, estaba asquerosa.

De vuelta al centro, decidimos ir a ver algún espectáculo, que al final resultó ser Nightmare before Christmas en 3D, con sus gafitas y todo. Entramos en el cine y sacamos cómodamente en una taquilla electrónica un bono familiar de 4 personas, pero resulta que el bono está hecho para dos papás y dos niños, y la Patata es tan joven y se conserva tan bien que lamentablemente no podría hacerse pasar por progenitora de dos de nosotros.

- No pasa nada. Id a la taquilla y que os los cambien.
[...] ¿Dónde coño está la taquilla? Ah, que los que te cambian las entradas son esos del puesto de helados? Qué arte... [...]
- Hola, mira, que nos hemos confundido y como no somos una familia al uso necesitaríamos que nos cambiaseis los ticktes.
- Ah vale.
[...] (10 minutos después)
- Oye, que es que va a empezar la película.
- Es que se ha bloqueado el ordenador y hemos tenido que reiniciarlo...
- Aaaah, vale...
[...]
- Bueno pues ya está.
- ¿Ya está qué?, ¿Donde coño están las entradas?
- Aaaah, no. Es que lo que he hecho es revocar la orden de pago para que el banco os devuelva el dinero.
- ¿Y entonces ahora que tenemos que hacer?
- Pues vais a la máquina y os sacáis otras 4 entradas.
- Aaah, genial...

Para aquel entonces la máquina le había escupido a Claudio tantos papelitos como para empapelar su casa. Los nuevos tickets nos salían del orden de 14 libras por persona, que teniendo en cuenta que equivalen a 21 euros, pues era un precio francamente económico, sin lugar a dudas. Yo no sé por qué no va la gente al cine en Londres, con estos precios tan populares... “Oye, que no salen las entradas... Joder, dice que se ha atascado la salida del papel... Pues va a ir a la heladería otra vez su puta madre. Hey, ¡que se ha atascado!” “Bueno, no pasa nada, pasad”.

Al final resulta que podíamos habernos sacado entrada de niño lactante por la mitad de precio y nadie se hubiera dado cuenta... En fin, que llegamos a la película 30 segundos antes de que empezara y nos calzamos las gafas (que eran como gafapastas antiguas, pero de plasticucho).

Al comienzo de la película estábamos emocionados con la tridimensionalidad, porque hubo una calabaza que casi nos mastica la nariz, pero debe ser que enseguida se les acabó el presupuesto tridimensionalizante porque al cabo de un ratito el efecto se veía tanto como en los borrones esos del Ojo Mágico (que no sé a vosotros, pero a mí me desesperan, jamás he conseguido ver ninguno). Vamos, que yo al principio me dormí un poco y todo, y si Patata no me pega una codazo diciéndome que estaba empezando a roncar me hubiese dormido toda la peli... La siesta más cara de la historia, eso sí.

A la salida estábamos todos muertos y decidimos que lo más decente que podíamos hacer era irnos a nuestro querido hotel. Previamente hicimos una parada en un buffet de pizza en el que nos comimos unos 7 trozos cada uno. Lógicamente nos daba un poco de vergüenza ir a coger más con el plato lleno de bordes delatores, así que cada vez que uno quería ir al mostrador a repetir, le pasaba todos sus bordes al otro, hasta que empezaron a no caber en un plato. Menos mal que la Patata se había pedido una ensalada que resultó ser del tamaño de una taza de café y por lo tanto se dedicó a consumir nuestros restos y a hacerlos desaparecer.

Ya con el estómago lleno nos fuimos al pequeño oasis del buen gusto que era nuestra habitación. Allí teníamos previsto hacer típica noche de confesiones adolescentes, más que nada para sonsacarle cosas a La Patata, que no suelta prenda habitualmente, porque el resto nos sabemos nuestras vidas de memoria.

En realidad pudimos jugar al juego de la verdad durante bastante poco rato, porque el cansancio empezó a hacer mella de forma descarada. Yo estaba ya prácticamente atontado cuando me espabilé al ver que La Patata había sido poseído por un espíritu vandálico y estaba escribiendo la palabra PUTA en las sábanas de la cama de Claudio, con un rotulador negro, y pintando pollas escondidas entre la jungla de flores del estampado de la pared. A mí no me parecía muy bien toda esta parte, pero la verdad es que me reí, así que soy un poco cómplice de estos actos. Patatale Borroka.

Mañana si Dior quiere finalizaré este relato con la sexta y última entrada de la crónica de este viaje en particular y de mis vacaciones en general. Esto está siendo más largo que un día sin pan.

Besos en las ingles.

domingo, enero 14, 2007

Vacaciones. Parte IV. Y Dios creó a Kylie para hacernos felices. Y vió Dios que Kylie era buena.

En cuanto nos bajamos del metro y salimos a la calle pudimos comprobar que, pese a que el porcentaje de maricas en la marea humana que se dirigía al Wembley Arena era sensiblemente menor de lo esperado, no quedaba duda alguna de que se trataba de un concierto de Kylie Minogue: Los puestos de unofficial merchandising destilaban rosa y brillantina. A saber, sombreros rosas de cowgirl con los bordes de pelito, boas de plumas también rosas, orejitas de coneja luminosas, varitas mágicas con mucho glitter... Espeluznante de principio a fin.

La entrada fue bastante cómoda y organizada. Lo único reseñable es que te registraban el bolso o la mochila y te inspeccionaban la cámara de fotos como si fuese un detonador o algo raro, para al final decirte “Pero no vas a hacer fotos, ¿no?”,No, no, por supuesto que no. La llevo en la mochila porque está rota y luego me paso por la ferretería a que me la arreglen”, “Ah, pues fenomenal entonces, pasa”.

Nuestras localidades estaban completamente laterales, pero cuando nos hubimos sentado decidimos que era el puto mejor sitio de todo el recinto, porque la teníamos muy cerquita y además podíamos ver el backstage, a Kylie cambiándose el plumerío y a sus bailarines acariciándose el paquete y pellizcándose los pezones unos a otros entre canción y canción... Bueno esto último no lo veíamos pero seguro que pasaba.

Mirando a nuestro alrededor observamos que con toda probabilidad íbamos a ser los más animados de nuestro sector, porque menuda fauna, queridos amigos. Destacaba una niña gorda como una pularda, con la capacidad expresiva de Andy de Little Britain, que no movió una ceja en lo que duró el concierto. Yo no sé, pero estas cosas se me escapan. A lo mejor le habían robado la emoción con un hechizo, o iba por obligación bajo amenaza de que le cortaran las tetas a su madre, o quizás estaba sedada, o muerta...

El concierto empezó una hora tarde, y para entretenernos nos pusieron en bucle el anuncio de la película "Dreamgirls" sobre The Supremes protagonizada por Beyoncé. La gente era fan, pero a la decimooctava vez que lo pusieron empezamos a pensar que quizás nos estaban tomando el pelo... Yo de hecho me quedé dormido 10 minutillos y todo, porque entre el cansancio, la calefacción a pleno rendimiento (del mismo fabricante que la del autobús de Bournemouth, sospecho), y que no podía hablar mucho porque una pequeña infección en la sutura de una de las muelas del juicio había convertido mi aliento en una pequeña franquicia de las cloacas de Calcuta, pues me entró una modorrilla que me tuve que abandonar al los brazos de Morfeo. Hasta que...

TA NA NA NA NA NA NA NA NAAAA, TA NA NA NA NA NA NA NA NAAAA
TA NA NA NA NA NA NA NA NAAAA, TA NA NA NA NA NA NA NA NAAAA
TA NA NA NA NA NA NA NA NAAAA, TA NA NA NA NA NA NA NA NAAAA
BETTER THE DEVIL YOU KNOW, BETTER THE DEVIL YOU KNOW
UooooooooooooOOOOOOoooooOOOOOoooooOOOoooooooooooooooooooooooooh!

Y empezó la catarsis… Literalmente enloquecimos. El público sin sangre en las venas tuvo la decencia de no dejarnos solos bailando de pie y también se levantó. “Better the devil you know" es una de mis canciones favoritas de la enana australiana y no se me ocurre mejor forma de empezar un concierto. Iba vestida como Norma Duval, pero en plan bien, con sus penachos rosas y sus cosas, pero elegante. El vestido era de tres grand classe, con mucha pedrería. De hecho, tanta pedrería llevaba que calculo que pesaría como mínimo como ella misma. Al comienzo se quedó parada mirándonos con cara de hada traviesilla y sonriendo con la piñata perfecta y la piel tersa tersa, aunque la Patata diga que ya se le ve que no es ninguna muchacha.

A continuación se marcó “In your eyes” que es otra de mis favoritas y ya empecé a mojar los pantalones. La verdad es que yo estaba un poco a lo mío y no reparaba en el resto de mis amigos, pero de un par de miradillas de reojo que eché, Claudio estaba bailando como un niño pequeño cuando ve a los payasos de la tele.

Lo cierto es que no me sé el título de todas las canciones, así que tampoco pretendo comentar cada puñetera parada del setlist, así que me limitaré a explayarme en los hechos que considere relevantes o peculiares.

Cuando cantó “White Diamonds”, la nueva canción inédita, la gente volvió a jadear de placer, aunque a mí en los conciertos me gusta oír canciones que ya me sé de memoria, y las sorpresas me gustan regular (aunque en realidad técnicamente no fuese una sorpresa porque Claudio me había grabado todos los temas del concierto, ordenados, en sendos CD’s que me había empollado de memoria).

Luego se metió al backstage y salió disfrazada de gallina caponata dorada. Canto "Shocked" y no me acuerdo que más... De repente me estoy dando cuenta de que me apetece tanto hacer un repaso de todo el concierto como una patada en los cojones. Así que el que quiera una crónica al detalle que se lea la de jenesaispop por Piscu o el blog de Tony Tornado.

Resumiendo. El Marco da Silva ese de los tatuajes está como para ponerle un piso, y las coreografías homoeróticas de ¿Bonachela? en la parte del gimnasio provocaron erecciones a la mitad del respetable. Gran momento también cuando sacó del público a tres niñas a hacer el paripé. Gracias a eso, en el colegio de dichas niñas no se hablará de otra cosa en los próximos tres meses. Tampoco en el trabajo de las madres.

Nos hizo especial ilusión cuando enfocaron al público asistente en las macropantallas que flaquean el escenario y pudimos ver que estaba entre nosotros el fantástico David Walliams, el componente delgado de la sin par Little Britain, agitando los brazos como un enfervorizado fan más... Se dice, se comenta, se rumorea que también estaba Catherine Tate, pero a esa yo no la ví. Es puro acto de fe.

Quiero destacar también el bonito gesto que tuvo una agente de seguridad de no dejarme cruzar una puerta de cristal para poder fumarme un cigarro en el exterior del recinto. Es normal que si salgo no pueda volver a entrar, porque como no iba a estar fumando a escasos 30 centímetros de su cara, era muy posible que en un descuido suyo me llenase los bolsillos de explosivos para matar a todos los asistentes...

Otro momento importante es aquél en el que vimos a una pandillas de mamarrachas saltando unos chorros de agua decorativos que había a la entrada del Wembley Arena, como si se tratara de las hogueras de San Juan. Muy bien chicos, que como no estamos a 2ºC, nueve de cada diez médicos recomiendan permanecer en la calle bien mojadito el mayor tiempo posible, para evitar posibles catarros y pulmonías.

Y así acabó el evento que tanto tiempo llevábamos esperando. Sin más.

Vaya mierda de entrada me ha quedao. Vaya tela. Mañana sigo. Besos en las ingles.

viernes, enero 12, 2007

Vacaciones. Parte III. Hay una Patata en Londres

El segundo día comenzó (para mí) en el momento en el que el móvil de Flat empezó a sonar furiosamente, a eso de las 8 de la mañana. Normalmente yo soy de esos que siempre remolonean en la cama hasta que los demás se levantan y empiezan a armar jaleillo y a hacer coñas, de modo que el ambiente festivo me parezca propicio para levantarme de buen humor. Pero a la tercera vez que sonó la alarma y Flat la paró, decidí que ya estaba bien, que eran las 8:30 y había que hacer cosas. Me levanté, me vestí y me bajé a tomar el desayuno que incluía el precio de la habitación. Ya me podía haber quedado en la cama...

El comedor del hotel era una especie de centro de acogida con varias mesas corridas llenas de platos con el desayuno ya preparado. El opíparo tentempié consistía en dos panecillos (no bollitos, sino pan pan, pequeño) dos paquetitos de mantequilla y dos paquetitos de mermelada. Yo me esperaba un croissant mediocre, unas lonchas de fiambre contadas, o un puto buffet de cereales chungos, pero dos panecillos me parecían lo peor. Joder, si la vez anterior que visité Londres (hace 7 años) me alojé en un YMCA cutre cutre y el desayuno incluía beicon y salchichas y cosas así... En cualquier caso, yo había pagado dos panecillos, y dos panecillos me iba a comer, y gastando además ambos paquetes de mantequilla y mermelada enteritos. Luego vino una mujer a servirme un líquido del color del té clarito, pero que me anunció como café, y un vasito de algo que por la ligera coloración y el regusto que dejaba, intuí que debía incluir en su composición un 5% de zumo de naranja diluído en agua de lluvia de los Highlands escoceses.

Cuando me lo hube tragado todo, subí otra vez a la habitación y me encontré a los dos angelitos aún en la cama soñando con divas del pop. Entonces miré el reloj y descubrí con alegría que aún no había cambiado la hora para ajustarlo a la hora de Londres, que es una menos que en Madrid. Osea que eran las 8:00 ¡Fantástico! No había ni Dios en el comedor, no porque ya se hubiesen ido todos, sino porque ni siquiera habían bajado! ¡Tres hurras por Ann O’Nadada!

Treinta segundos después tenía el pijama puesto y estaba otra vez roncando a pierna suelta.

Lo siguiente que recuerdo es a La Patata irrumpiendo con muchos bríos en la habitación, yo saltando a sus brazos, y cinco minutos después salir con ella a la calle a desayunar comida de verdad, mientras las dos bellas durmientes se acicalaban y se ponían presentables por si nos cruzábamos con la Reina Elizabeth II al doblar cualquier esquina, porque Londres es así. Fijaos que en una bolera que teníamos al lado tenían a la entrada un póster muy grande de Madonna entrando en sus instalaciones, así que nunca sabes cuando te vas a encontrar a una celebrity haciendo cosas banales de persona vulgar... Hay que estar preparado siempre.

Cuando se nos incorporaron las marmotillas nos subimos al autobús (a la segunda planta por supuesto, porque si se es turista se es turista hasta las últimas consecuencias) y nos dirigimos a Oxford St. Yo aún no sabía lo que se nos venía encima, pero de haberlo sabido me hubiese hecho un plan un poco más variado. A partir de ahora podría resumir el resto de este post (y de los siguientes) en una sola palabra, y no andaría demasiado lejos de describir el resto de viaje con total precisión. Esta palabra es COMPRAR.

Mira que yo ya había estado con La Patata en Roma con motivo de la convención de maricas fans de Madonna, pero allí no había visto su verdadera cara. Patata es total y absolutamente adicta a las compras hasta la médula, hasta lo más profundo de su ser. Las palabras London Sales la hacen salivar como a una perra de Paulov. En realidad, la llegada de Patata a la habitación se puede resumir más o menos en que abrió la puerta, dijo “¡Hola maricones! ¿Estáis dormidos? Me voy al TOPSHOP. ¡Hasta luego!” y si no salgo yo disparado de la cama se va sola. Palabrita del Niño Jesús.

Cuando nos bajamos en la parada del TOPSHOP de Oxford St. La Patata nos dijo “Bueno, luego si eso ya nos veríamos. A lo mejor subo a buscaros a la planta de hombre. ¡Adiós, adiós!” y se mezcló entre la multitud ávida de rebajas. Claudio, Flat y yo subimos a la planta de hombre y empezamos a trastear. Yo no estaba muy seguro de qué cosas eran de segunda mano y cuáles podría ser yo el primero en sudarlas, pero después de mucho barajar si esta prenda realmente me la iba a poner alguna vez o aquélla me haría cambiar un poco de estilo o directamente sería un disfraz, me decidí por una chaqueta un poco militar y una bufanda.

Ahora me doy cuenta que a lo mejor mis compras no fueron lo más acertado del mundo, porque:

1. Ningún artículo adquirido estaba de rebajas. Bravo por mí.

2. La chaqueta, como ya digo, es verde militar y con aspecto militar. La bufanda enroscada en el cuello parece una palestina. Estos dos hechos, combinados con mi cara de turco y el rapado que me hice el fin de semana pasado, dan como resultado que cada vez que salgo a la calle de esta guisa corro el riesgo de ser detenido por la Interpol por tener toda la pinta de terrorista islámico rumbo a autoinmolarse en un centro comercial.

3. La primera vez que me puse el conjunto, se me enganchó la bufanda en la cremallera de la chaqueta, dando como resultado un precioso desgarro en la bufanda y que ahora, para poder cerrarme el abrigo, necesite del orden de 20 intentonas para que la cremallera no se me abra. Vale que la culpa del enganchón es mía, pero vamos, que vaya mierda de calidad si al primer contratiempo se jode todo. En estos momentos estoy redactando una querella criminal contra la Patata, por intentar arruinarme con palabras dulces y cantos de sirena.

Claudio en cambio acertó totalmente porque compró una chaquetita muy mona, esta sí en rebajas, y hurtó otra con todo el morro por el método “pago ésta y la otra me la llevo puesta porque yo lo valgo”. Flat no compró nada porque es pobre.

Después de unas dos horas en la misma tienda nos pasamos por la de al lado, y luego por la siguiente, y así de tienda moderna en tienda moderna hasta que nos dio la hora de comer. Yo me escindí de la comitiva para poder comer con el amor de mi vida (Mark, ya he hablado de él aquí otras veces), que reside en Londres, y con el novio con el que lleva cinco años viviendo. Aquí sí que lo hice bien, porque yo comí muy rico, y el resto de la pandilla comió tofú y otras guarrerías en un restaurante vegetariano, que a quién se le ocurre...

Por la tarde nos juntamos todos a disfrutar de un café y enseñarnos los nuevos productos adquiridos. Yo le compré un calendario oficial de Kylie a Claudio, tonto de mí, pensando que era posible que no lo tuviera ya... Ahora cuelga en mi habitación, lo que le resta look de habitación de niño de 10 años y le da un toque mucho más de maricón.... No sé, igual lo quito, si Claudio no me mata por ello.

Entre pitos y flautas nos dieron las 16:30 y a Claudio ya le saltó la alarma interna. “HAY QUE IRSE YA. SÓLO QUEDAN 3 HORAS Y MEDIA PARA QUE EMPIECE EL CONCIERTO”. Yo ni chisté, que Claudio con el tema conciertos de divas entra en un bucle autodestructivo que no le permite decir otra cosa que “Hay que irse ya. No nos da tiempo”, y además en el de Madonna se me ocurrió decir cuando cantaba Drowned World que me daba pereza esa canción y Claudio se giró, me dijo “¡Que te calles!” y me soltó una yoya en toda la cara con la mano bien abierta. Y esto era Madonna... You don’t wanna mess with Claudio in a Kylie’s concert... Así que todos a portarse bien.

Despedí a Mark y a Arsenio hasta la próxima vez que nos viéramos (por norma general cada poco más de un año) y rumbo a nuestro hotelito otra vez. Nos duchamos todos con el hilo de agua que salía de la ducha y, bien limpitos, nos metimos en el subway con destino al Wembley Arena. Ya en el metro nos pareció raro no ver a ninguna fan marica desatada cantando canciones en plan prewarming, pero no descubrimos la causa hasta un poco más tarde.

La próxima entrada, el concierto.

Besos en las ingles.